Soy una mujer independiente, fuerte, hasta inteligente. He tenido la
suerte de nacer en el lado rico del mundo, en el que existen los
derechos. He podido estudiar lo que he querido, viajar. He tenido unos
padres entregados y atentos, una hermana mayor como referente. He
contado con las mismas buenas amigas desde que tengo uso de razón. Hasta
he disfrutado de un buen primer amor: un compañero, un amigo, con el
que (con nuestros más y nuestros menos) compartí cuatro años de relación
sana y constructiva.
Me gusta leer, informarme, soy muy joven y despierta, empatizo mucho
con las causas sociales; soy crítica con las injusticias, sé qué se
puede y no se puede tolerar en una relación, condeno los abusos y tengo
claro que si duele no es amor, que mejor sola que mal acompañada.
A pesar de todo, he soportado durante tres años una relación de
maltrato de un hombre. Parece que hay quien aún espera que un
maltratador sea un verdugo que siempre está de mal humor, un hombre
desagradable que te manda a fregar y te insulta desde el minuto cero. Mi
maltratador era cariñoso, era atento y una de las personas con las que
más me he reído. A mi maltratador le gustaba escucharme, tonta de mí, si
no hubiera hablado tanto igual no le habría dado tantas pistas sobre
cómo hacerme daño. Mi maltratador me destruyó desde dentro: conocía muy
bien mis puntos débiles y jugaba con la baza de la confianza que yo
había depositado en él.
Mi maltratador es listo, vaya si me conoce. Cuando vio que yo no
pasaba por el aro de los celos y el “qué llevas puesto” lo omitió.
Cuando sintió que yo iba despertando, que me estaba dando cuenta, hizo
todo lo posible por destruir mis relaciones más cercanas, por hacerme
insegura y pequeñita. Y lo consiguió. Hizo que sintiera que le
necesitaba más que nunca, que estaba sola, que no era buena y en el
fondo todo lo que me pasaba, todo lo que él me hacía era un poco culpa
mía y tenía que estar contenta porque él me quería a pesar de todo y me
iba a ayudar a salir adelante.
Pero yo lo tenía todo controlado, pensaba; yo sabía que había cosas
en él que no eran buenas pero mientras fuera consciente era yo quien
tenía las riendas de la relación, creía. Mis amigas, mi hermana, también
mujeres en teoría muy concienciadas sobre la violencia machista y
estructural, sobre los hombres maltratadores, en algún momento se
alarmaron. Llegaron a recomendarme que me alejara de él, veían
comportamientos extraños. Pero nunca le dieron la suficiente importancia
porque pensaban, igual que pensaba yo, “eso nunca le va a pasar a ella,
porque ella es fuerte, es independiente, ella se daría cuenta y no lo
permitiría”.
Y resulta que, hace unas semanas, tuve una conversación con una de
ellas. Mi mejor amiga desde hace más de diez años me dijo llorando que
no podía más, que no le gustaba cómo me comportaba con ella y que si
seguía así no quería volver a saber nada de mí. Mi amiga decía que, a
veces, era fría y distante con ella sin motivos, que parecía que me
gustaba hacerla sentir mal. Mi amiga me dijo que tenía miedo de decirme
algunas cosas, no porque fuera a atacarla físicamente, sino porque tenía
tal poder de convicción sobre ella que siempre conseguía darle la
vuelta a la tortilla y que se sintiera mal.
Esa tarde lloré más que cualquier día de mi vida. Mi amiga, a pequeña
escala, había descrito algunos de los sentimientos que mi maltratador
me había provocado. No sé muy bien en qué momento até cabos, pero esa
noche llamé al 016. Hablé con una psicóloga durante una hora. Al parecer
no es raro que las mujeres, inconscientemente, imitemos y reflejemos el
comportamiento de nuestro maltratador en otros seres queridos.
Me preguntó, en un momento de la conversación, si mi maltrato había
sido psicológico o físico, mi respuesta fue convincente “no, no, yo
nunca he llegado a casa con un ojo morado. No he sufrido maltrato
físico”. Según avanzó la conversación dije de forma muy natural que sí,
que cuando discutíamos rompía cosas para no darme a mi, decía; que
igualmente me he llevado más de un empujón, que me ha agarrado y me ha
retenido contra mi voluntad, que me ha obligado por la fuerza a quedarme
con él en mi propio coche cuando le he pedido llorando que se vaya. Y,
qué sorpresa la mía al descubrir que sí, que al parecer también había
sufrido maltrato físico. Yo, que soy una mujer independiente, fuerte,
hasta inteligente.
No hay patrones para las mujeres maltratadas. Todas podemos llegar a
serlo, todas podemos estar siéndolo y no ser conscientes de ello. Nadie
en mi entorno vio realmente qué me estaba pasando, y no puedo culparlas,
ni yo misma era capaz de verlo. Hay cosas de las que no se habla: yo no
sabía que esos cambios de humor, esa inseguridad, esa tristeza inmensa,
esa extraña forma de relacionarme con mis amigas más cercanas tenía una
explicación. No lo sabía yo y no lo sabían ellas.
Aún hay días (la mayoría) en los que me siento sola, en los que creo
que ellas no pueden llegar a entender lo que me ha pasado o cómo y por
qué he cambiado. Sé que hay cosas que simplemente forman parte de una
misma y se deben superar sin contar con nadie más, pero en algunos
momentos sientes que eres muy débil: “venga, supéralo, sólo has estado
con un loco, pasa página, que todas hemos tenido malos amores”. Es que
esto no es solo un mal amor, amigas mías, y ojalá pronto encuentre las
palabras para explicároslo, a vosotras y al resto del mundo. Ni una
mujer más maltratada.
Celia Cuevas Martín
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