Una joven gallega de Burela, Lugo, se justifica, delante de un frontal de nichos, durante varios minutos –y casi se disculpa–, porque se atrevió a convencer, primero, a sus familiares y, luego, al marmolista, de que el epitafio de uno de sus seres queridos, fallecido, quedase escrito en la lengua del difunto, que no era otra que la lengua de sus familiares; que no era otra que la lengua del marmolista, y que no era otra que su propia lengua, esto es, la lengua gallega; y esto, en medio de una mar de lápidas escritas en castellano… Sólo ese fragmento de vida arrancada a la pantalla, bastaría para recomendar a todos los gallegos, y al resto de los españoles, que viesen el documental de Matías Nicieza y Bernardo Penabade, Modelo Burela (2009), recientemente exhibido en el Palacio del Marqués de Valdecillas de Madrid, en la inauguración del Ciclo “Documentales y Cortos sobre la Memoria”, organizado por AMESDE, Asociación para la Memoria Social Democrática, y la Universidad Complutense de Madrid.
No sé si a ustedes, pero a alguien, como es mi caso, que escribe y se expresa en castellano, y que enseña lengua y literatura castellana –y no sólo porque sea su profesión–, no deja de resultarle chocante y humillante, a un tiempo, el que una joven gallega deba explicarse, y casi disculparse, porque ha utilizado su propia lengua en el adiós definitivo de un ser querido.
En realidad, considerándolo bien, esa escena nos humilla a ambos, a ella, por tenerse que explicar, y a mí, al comprobar, una vez más, cómo mi lengua, la castellana, se ha utilizado, y se pretende aún utilizar, para desnaturalizar y doblegar las lenguas de otros. Por eso, a ella y al resto de los ciudadanos de Burela, de Galicia, del País Vasco, de Cataluña, les digo que ese uso espurio de mi lengua no se hace en mi nombre, ni en el de muchos otros castellanoparlantes, que nos abochornamos por ello; y que el llamado “conflicto lingüístico” no existe sino entre los que nos quieren separar y enfrentar, pero no entre los que de verdad nos queremos comunicar, y expresar lo que somos, en la lengua o en las leguas que somos.
Y, no obstante –lo sé bien–, hay muchos castellanoparlantes que se sienten sinceramente atribulados por el destino de su lengua; a ellos, les pregunto, ¿puede, en verdad, creerse que una lengua que hablan cuatrocientos millones de personas en tres continentes, y que estudian decenas de millones de otras personas, en esos, y en los dos continentes restantes, se va a resentir porque nuestros compatriotas gallegos, vascos y catalanes hablen, piensen y se expresen en sus propias lenguas?; ¿realmente alguien con sentido común puede creerlo?
Las lenguas se desarrollan o mueren por la utilidad social y práctica que nos ofrecen –en cuanto herramientas de comunicación que son–, y ninguna política lingüística, en una coyuntura democrática, sea esta ingenuamente voluntarista, o ansiosamente histérica, logrará modificar ni un ápice ese hecho incontrovertible. Sólo una política premeditadamente imperialista, de exterminio y sustitución, y este, creo, no es el caso, lo ha logrado –y, aun así, parcialmente– en el pasado. Por eso mismo, les digo también a esos mismos atribulados hablantes de mi propia lengua que, paradójicamente, si hay una lengua que esté en peligro de desaparición en Galicia es el gallego; como, en el País Vasco, lo es el euskera; y, en Cataluña, el catalán; y que son estas las lenguas que deben ser protegidas. Que la imposición del castellano, la queja continua y el abuso, no humilla tanto a las lenguas de los otros, sino, sobre todo, a nuestra lengua; y que le hacemos un flaco favor, de ese modo, pues impedimos que se establezca la natural convivencia entre los idiomas; esa interacción que los especializa y distribuye, en el aula, en el patio del recreo, en casa y en la calle; es decir, en cada uno de los contextos y “situaciones de uso” que marcan los ritmos de la vida cotidiana, de un modo lógico y armónico. Además de provocar una patente –y, por qué no, lógica también– animadversión en una parte de los que, objetiva o subjetivamente, se sienten expropiados de la suya propia.
Y, en última instancia, ¿alguien cree, de verdad, que la victoria del castellano en los cementerios y en las notarías gallegas, hace algún favor a nuestra lengua? ¿Alguien cree que llevando la tensión a las escuelas y a los claustros de profesores, suscitando un conflicto donde no lo hay, por el mero rédito político, hace un favor a la lengua que supuestamente defienden? Quien lo piense, no está en este mundo. Y es esto precisamente lo que Matías Nicieza y Bernardo Penabade, con una cámara de tercera al hombro, y un micrófono de karaoke, con extraordinario olfato para el discurso cinematográfico y documental, dejando hablar y expresarse a esa joven, y a unas decenas más de ciudadanos de Burela, nos han mostrado, en una lección de sentido común y de cine documental insuperable.
Matías Escalera Cordero
E aquí podedes ver o vídeo.
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