A miña sobriña, estudante de 2º de ESO no IES Laxeiro, é finalista nos Premios Coca-Cola en español con este fermoso texto. Hoxe vai a Ferrol para saber a decisión do xurado. Sexa cal sexa esta, para nós xa gañou.
Tiña que elaborar un texto a partir dunha foto que alí lle proporcionaron onde se vía un home mirándose nun espello, pero este non reflectía a súa imaxe de fronte senón o lombo:
-Y este ha sido el número final.
Fervorosos aplausos inundaron la sala. Al hombre del escenario no le impresionaron. Sabía que a aquella gente le apasionaba su trabajo. Y además, el truco del espejo era muy bueno. Muchos otros ilusionistas habían intentado hacerlo, pero sólo a él le salía realmente bien. Quizás saber esto último había hecho de Dimo un hombre poco agradecido con su público. Pensaba que las giras y las compañías ambulantes siempre estarían ahí. Y ellas estaban. El que no siempre estaría era él. Con este último pensamiento, el aterciopelado telón cayó ante sus ojos, como poniéndole un punto final.
El punto final que Dimo creyó que el telón había puesto, se había convertido en un signo de repetición, en una expresión de necesidad. Él debía continuar, como su espectáculo, debía impedir que el telón de aquella actuación que era su vida cayese, pues sabía que no habría aplausos, ni una muestra de tristeza. Estos pensamientos eran sus acompañantes de paseo, sus compañeros de fatigas, los que nunca había tenido en forma humana.Un día, volviendo a casa, se encontró con un niño. Llamarlo niño era toda una muestra de cariño. El pobre estaba hecho un saco de huesos y en sus ojos se reflejaba la dureza de una vida que muy pocos adultos conocen. Normalmente, Dimo no se habría fijado en él. Pero aquella vez era especial. Aquella insistencia de su conciencia se había transformado en una idea. Él no moriría si alguien lo mantuviera vivo en su memoria. Por eso, ese niño hasta el momento totalmente anónimo en su vida, pasó a ser el engranaje esencial de su camino hacia un extraño tipo de inmortalidad.
Los días siguientes fueron el inicio del cariño que ambos experimentaron por primera vez. Dimo y su pupilo, Félix, eran inseparables, el reflejo del otro. Un reflejo sin rostro pues Félix no podía ver. A pesar de ello, conocía a su amigo como ninguna otra de las personas que los rodeaban. Se fijaba en sus coletillas, en los tonos de voz, en el significado de cada palabra que salía por la boca de su compañero. Y de esta forma, sentía una gran admiración por él, una admiración que sin él saberlo, era correspondida. Dimo adoraba a ese niño, adoraba la fuerza interior que poseía, y por ello, quiso revelarle todos sus trucos. Quería dejarle algo más que su recuerdo, quería dejarle su don. Aunque un mago nunca revela sus trucos.
Así, comenzaron a ensayar. Félix era un alumno excelente, y a pesar de sus impedimentos, aprendía muy rápido. De esta forma, Dimo decidió enseñarle el truco que tanto trabajo le costó idear, el truco que lo había llevado a lo más alto: el truco del espejo. Explicó a Félix que consistía en un espejo rodeado por un marco dorado, que devolvía un reflejo que daba la espalda a quien se ponía delante.
Lo ensayaron muchas veces. Félix lo hacía muy bien. Dimo consideró que era hora de dejar que Félix encontrara su público.Y así, dando ya todo por acabado, Dimo dio por finalizado su número final.
Tiña que elaborar un texto a partir dunha foto que alí lle proporcionaron onde se vía un home mirándose nun espello, pero este non reflectía a súa imaxe de fronte senón o lombo:
-Y este ha sido el número final.
Fervorosos aplausos inundaron la sala. Al hombre del escenario no le impresionaron. Sabía que a aquella gente le apasionaba su trabajo. Y además, el truco del espejo era muy bueno. Muchos otros ilusionistas habían intentado hacerlo, pero sólo a él le salía realmente bien. Quizás saber esto último había hecho de Dimo un hombre poco agradecido con su público. Pensaba que las giras y las compañías ambulantes siempre estarían ahí. Y ellas estaban. El que no siempre estaría era él. Con este último pensamiento, el aterciopelado telón cayó ante sus ojos, como poniéndole un punto final.
El punto final que Dimo creyó que el telón había puesto, se había convertido en un signo de repetición, en una expresión de necesidad. Él debía continuar, como su espectáculo, debía impedir que el telón de aquella actuación que era su vida cayese, pues sabía que no habría aplausos, ni una muestra de tristeza. Estos pensamientos eran sus acompañantes de paseo, sus compañeros de fatigas, los que nunca había tenido en forma humana.Un día, volviendo a casa, se encontró con un niño. Llamarlo niño era toda una muestra de cariño. El pobre estaba hecho un saco de huesos y en sus ojos se reflejaba la dureza de una vida que muy pocos adultos conocen. Normalmente, Dimo no se habría fijado en él. Pero aquella vez era especial. Aquella insistencia de su conciencia se había transformado en una idea. Él no moriría si alguien lo mantuviera vivo en su memoria. Por eso, ese niño hasta el momento totalmente anónimo en su vida, pasó a ser el engranaje esencial de su camino hacia un extraño tipo de inmortalidad.
Los días siguientes fueron el inicio del cariño que ambos experimentaron por primera vez. Dimo y su pupilo, Félix, eran inseparables, el reflejo del otro. Un reflejo sin rostro pues Félix no podía ver. A pesar de ello, conocía a su amigo como ninguna otra de las personas que los rodeaban. Se fijaba en sus coletillas, en los tonos de voz, en el significado de cada palabra que salía por la boca de su compañero. Y de esta forma, sentía una gran admiración por él, una admiración que sin él saberlo, era correspondida. Dimo adoraba a ese niño, adoraba la fuerza interior que poseía, y por ello, quiso revelarle todos sus trucos. Quería dejarle algo más que su recuerdo, quería dejarle su don. Aunque un mago nunca revela sus trucos.
Así, comenzaron a ensayar. Félix era un alumno excelente, y a pesar de sus impedimentos, aprendía muy rápido. De esta forma, Dimo decidió enseñarle el truco que tanto trabajo le costó idear, el truco que lo había llevado a lo más alto: el truco del espejo. Explicó a Félix que consistía en un espejo rodeado por un marco dorado, que devolvía un reflejo que daba la espalda a quien se ponía delante.
Lo ensayaron muchas veces. Félix lo hacía muy bien. Dimo consideró que era hora de dejar que Félix encontrara su público.Y así, dando ya todo por acabado, Dimo dio por finalizado su número final.
Sen comentarios
Publicar un comentario