Blogue de Gracia e de Anxo, blogue de pingas e de icebergs, do que nos preocupa ou nos chama a atención, de biblioteca e de aula.

01/05/12

Mientras tanto dame la mano

 Hai persoas que son así de espléndidas e cumpridoras, coma a nosa especial colaboradora Carme Moure. Cada día 1 está aquí para falarnos dunha súa lectura. Moitas grazas, Carme!

Mientras tanto dame la mano (2004) de Kirmen Uribe, está publicado na Colección Visor de Poesía, nunha edición bilingüe euskera-castelán. 
É este un poemario patchword, asentado en sete piares polos que discorren anacos da vida cotiá, sendo esta unha especie de viaxe sentimental polo pasado e o presente. Escritos os poemas nun estilo narrativo, van desvelando lembranzas de elementos naturais que xa non están (“”El cerezo”, “En otro tiempo hubo un río aquí”), o recordo da irmá enferma no hospital (“Visita”) e a intuición da desgraza (“Hay un miedo”), as feridas dos que deixan a súa terra na busca dun paraíso prometido (“Mahmud”), a rudeza do pai que fai, pero non di (“Te quiero, no”), o amor maduro (“Manzanas”) e o da infancia (“Amor secreto”), o valor das palabras, tan esquecido ás veces (“No se puede decir”) ou a voz feminina, non podía ser doutro xeito, ante a dor da perda (“El murciélago”). Pero tamén hai espazo para escenas tan evocadoras como a partida de xadrez entre o Gabriel Aresti e o vangardista Marcel Duchamp. 
Xa temos comentado, nalgunha outra ocasión, da oportunidade das citas, e estas, no libro que nos ocupa, permiten falar, non só da conveniencia das mesmas, senón das reflexións que suxiren e dos múltiples camiños que nos abren a distintos nomes da literatura. Unha mostra: “A felicidade. Ese trabajador por horas” (Anne Sexton). 
Poderían ser moitos os versos escollidos, pero hoxe van estes: “ Incluso estando en las últimas, mi padre/ siempre alababa la vida,/ nos decía que hay que vivir el momento, /que si siempre estás preocupado la vida se te escapa”. 
Pois iso.


                                                                 El río

En otro tiempo hubo un río aquí,
donde ahora hay bancos y losetas.
Hay más de una docena de ríos bajo la ciudad,
si hacemos caso a los más viejos.
Ahora es sólo una plaza en un barrio obrero.
Y tres chopos son la única señal
de que el río sigue ahí abajo.

En cada uno de nosotros hay un río oculto
a punto de desbordarse.
Si no son los miedos, es el arrepentimiento.
Si no son las dudas, la impotencia.

Un viento del Oeste azota los chopos.
La gente avanza a duras penas.
Desde el cuarto piso una mujer mayor
está tirando ropa por la ventana:
tira una camisa negra y una falda de cuadros
y un pañuelo de seda amarillo y unas medias
y aquellos zapatos que llevaba
el día de invierno que llegó del pueblo.
Unos zapatos de charol, blancos y negros.
Sus pies parecían avefrías heladas en la nieve.
Los niños echan a correr tras la ropa.
Al final, ha sacado su vestido de boda,
se ha posado sobre un chopo, torpemente,
como si fuera un pájaro grande.

Se oye un ruido. Se asustan los traseúntes.
El viento ha arrancado de cuajo uno de los chopos.
Las raíces del árbol parecen la mano de una mujer mayor,
que espera que cuanto antes otra mano la acaricie.


TE QUIERO, NO
Aunque trabajó durante cuarenta años
en los Altos Hornos,
en su interior había todavía un labrador.

En octubre, asaba pimientos rojos
con su soldador
en el balcón de su casa de barrio.

Su voz era capaz de hacer callar
a cualquiera.
Sólo su hija se atrevía con él.

Él nunca decía te quiero.

El tabaco y el polvo de acero quemaron
sus cuerdas vocales.
Dos amapolas a punto de caer.

Cuando se jubiló, su hija se casó a otra ciudad.
Él le hizo un regalo.
No eran rubíes, ni siquiera seda roja.

Había ido sacando piezas de la fábrica.
Poco a poco, sus manos
soldaron una cama de acero.

Él nunca decía te quiero.


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