Artigo de Isaac Rosa, en El Diario.
Hijo mío: que no te vuelva a ver con un libro. Coge ahora mismo la
pelota y venga, a darle patadas, que te quiero ver entrenando mañana y
tarde. Tu padre ha visto la luz: queremos que seas futbolista.
Profesional, por supuesto, llamado a la selección nacional, y campeón de
Europa y del Mundo.
Tras dos días meditando sobre cuáles son las “lecciones” que, según
nuestros gobernantes y buena parte de la prensa y tertulianos,
deberíamos aprender de la victoria de la selección española, tu padre ya
lo ha entendido: debes conseguir triunfar como futbolista.
No me mires así, hijo. ¿No es esa la lección que tenemos que aprender
del éxito de ‘La Roja’: aspirar a que nuestros hijos ganen un día la
Eurocopa? Porque otra lección, la verdad, no se me ocurre. Salvo
regalarte un balón, apuntarte al equipo del barrio y rezar porque algún
ojeador de un club grande se fije en ti, no veo por ningún lado cuál es
el “modélico ejemplo a seguir”, ni cómo el “espíritu ganador” nos
impulsará para salir de la crisis, ni dónde está “el mejor espejo en el
que mirarse”, ni cuáles son esos “valores que debemos recuperar”, ni en
qué sentido la victoria en Kiev es la prueba de que “con trabajo todo se
consigue”, o de que “juntos podemos con todo”, entre otras pomposas
expresiones oídas y leídas desde el domingo.
Es cierto, hijo: a mí no me motiva demasiado el fútbol, y tal vez por
eso no aprecio todos esos valores y lecciones que otros ven en la
histórica victoria. Pero no te confundas: tu padre no es ningún
resentido, ni me molesta la felicidad de los demás, no voy de
aguafiestas. Sabes que no me gusta el fútbol pero disfruto con el
baloncesto o el ciclismo, y en casa siempre vamos con los paisanos
baloncestistas y ciclistas, así que tampoco soy un mal español. Pero no
se me ocurre nunca pensar que Gasol o Contador sean un ejemplo, un
espejo donde mirarme, una guía de comportamiento para superar la crisis,
los mejores embajadores de mi país, los salvadores del honor colectivo,
los portadores de valores ni la prueba de que con trabajo y humildad se
consigue todo. Me basta con que me entretengan un par de horas en las
tardes de verano, que ya es mucho.
Con todo, admito que tal vez el problema es mío, que no veo lo que
otros dicen ver, por esa incapacidad mía para apreciar el fútbol. De ahí
que donde la mayoría asegura que reconoce a unos chavales simpáticos,
generosos, humildes, solidarios (doy por hecho que al final donarán la
prima, no serán tan tontos para perder el aura de héroes por una
calderilla), jugadores que anteponen lo colectivo a la individualidad,
con espíritu de equipo y sentido del honor, yo en cambio tiendo a ver a
una elite de jóvenes millonarios llenos de privilegios, intocables, que
disfrutan de beneficios fiscales, que se dan caprichos en forma de
cochazos, cuya lealtad a una camiseta y una afición siempre tiene
precio, capaces de dar patadas al rival y de simular una caída para
ganar, y que muestran una mezcla de indiferencia e ignorancia hacia la
terrible situación que vive el país (basta ver las entrevistas y
cuestionarios a los jugadores que estos días publicaba la prensa).
¿Que entre ellos los hay solidarios, generosos, humildes, esforzados?
Pues claro, no digo que no, pero lo que queremos de ellos es que ganen
partidos y den espectáculo, que nos entretengan y nos den alguna alegría
en estos tiempos desgraciados. Y para ello no creo que sea necesario el
retrato beatífico, épico y almibarado con que estos días adornamos a
unos deportistas que no andan precisamente faltos de reconocimiento
social; un cargar las tintas en su bondad humana que a mí me los acaba
haciendo especialmente antipáticos. Tan faltos andamos de modelos de
comportamiento que en algún momento dejó de ser suficiente con que los
deportistas ganasen trofeos; además debían ser buenas personas,
solidarios y sensibles, participar en partidos benéficos, ser amigos de
sus amigos, yernos ideales, novios de película, y ahora también
psicólogos al rescate de la autoestima nacional, proveedores de
soluciones políticas y económicas, y guía espiritual para momentos
difíciles.
“¡Estos sí nos representan!”, repetía eufórico un periodista chillón
días atrás, echando mano al grito más popular de los indignados, el “no
nos representan”. Así nos va: ni los políticos, ni los sindicatos, ni el
rey, ni los grandes medios de comunicación, ni los banqueros, ni los
jueces, todos con el prestigio hundido. Los que “sí nos representan” son
una veintena de futbolistas que con sus goles nos enseñan cuál es el
camino para superar nuestros problemas económicos, sociales,
democráticos, nacionales y de autoestima.
Por eso he comprendido la lección: hijo mío, hazte futbolista. Sí, ya
sé que no es fácil llegar tan lejos, que sólo lo consigue una mínima
parte de quienes empiezan a dar patadas a un balón. Pero tampoco tendrás
mucho más futuro si decides ser científico, profesor, médico o
trabajador de los servicios públicos, ni por supuesto minero o forestal,
todos esos españoles sin mérito que no sólo no tienen futuro
garantizado ni reconocimiento social ni dinero, sino que tampoco nos
representan ni saben darnos cada dos años una alegría, una lección, un
ejemplo y un espejo donde mirarnos para vernos tan guapos como en el
reflejo de nuestros héroes del balón. A por ellos, hijo, oeee.
1 comentario:
Es triste, pero es así.
Y no se si va a cambiar.
Espero que la esperanza en el futuro no este demasiado agazapada.
Felicidades a Isaac Rosa por dar tan en el clavo.
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