Yo fui una niña mujer
y ahora soy una mujer niña.
Cuando debía jugar a las muñecas
ya sostenía niños de verdad en brazos
y me perdí el asombro de descubrir
que la vida es un infinito modo de caminar.
Ahora que debería sentir los brazos
cansados,
como me nacieron alas,
ando volando por encima del mundo que
me fue negado
y desde el aire puedo ver los atajos
que, ahora sé, llevan al mismo lugar.
Ilustración de Christian Schloe
A los cincuenta me nacieron alas.
Dejaron de pesarme los senos
y los pensamientos que cargaba desde niña.
A las alas les enseñé a volar
desde mi mente que había volado siempre,
y comprobé desde el aire
que mientras yo anduve dormida tantos años
alguien trabajaba afanosamente
recogiendo plumas para hacer esas alas.
Tuve suerte de que cuando estuvieron hechas
me encontraron despierta en el reparto.
Ilustración de Evelina Oliveira
Podría haberme emborrachado
de ansiolíticos potentes
o de vodka barato.
Podría haberme enganchado
a la coca, a las telenovelas
o al chocolate.
Podría haberme hecho adicta
a tus ausencias
a tu malquerer, a tu dolor,
a tu lista de contraindicaciones,
pero preferí averiguar
qué eran los dos bultos
que me nacían en la espalda
y echarme a volar.
Ilustración: Omar Ortiz, “ángel” (2013)
Este empeño mío
de nacer cada mañana,
me costará caro.
El mundo no soporta,
así como así,
que alguien se resista
a unirse a los adultos,
a los que saben más,
a los que dirigen mejor,
a los que “crecen”,
a los que medran,
a los que pueden.
No soporta
a alguien que se resista
a esa especie de muerte
que ellos llaman vida.
Yo, que siempre bailo con la más fea,
que arrimo el ascua
a la sardina del que nunca pesca
y que salgo a la calle
con un libro de poemas en la mano
por si se hace de noche,
por si levanta el cierzo,
por si se pone a tiro el tirano de turno
y tengo que hacerme ver
(yo, la invisible),
me ando preguntando últimamente
quién dice ser el dueño
de esta barraca en la que nos subieron
porque quiero que sepa
que tengo libre acceso a una voluntad libertaria
y a una idea fatal:
la de que aquí cabemos todos.
Ilustración de Christian Schloe
Begoña Abad, (Burgos,
1952)
y ahora soy una mujer niña.
Cuando debía jugar a las muñecas
ya sostenía niños de verdad en brazos
y me perdí el asombro de descubrir
que la vida es un infinito modo de caminar.
Ahora que debería sentir los brazos
cansados,
como me nacieron alas,
ando volando por encima del mundo que
me fue negado
y desde el aire puedo ver los atajos
que, ahora sé, llevan al mismo lugar.
Ilustración de Christian Schloe
A los cincuenta me nacieron alas.
Dejaron de pesarme los senos
y los pensamientos que cargaba desde niña.
A las alas les enseñé a volar
desde mi mente que había volado siempre,
y comprobé desde el aire
que mientras yo anduve dormida tantos años
alguien trabajaba afanosamente
recogiendo plumas para hacer esas alas.
Tuve suerte de que cuando estuvieron hechas
me encontraron despierta en el reparto.
Ilustración de Evelina Oliveira
Podría haberme emborrachado
de ansiolíticos potentes
o de vodka barato.
Podría haberme enganchado
a la coca, a las telenovelas
o al chocolate.
Podría haberme hecho adicta
a tus ausencias
a tu malquerer, a tu dolor,
a tu lista de contraindicaciones,
pero preferí averiguar
qué eran los dos bultos
que me nacían en la espalda
y echarme a volar.
Ilustración: Omar Ortiz, “ángel” (2013)
Este empeño mío
de nacer cada mañana,
me costará caro.
El mundo no soporta,
así como así,
que alguien se resista
a unirse a los adultos,
a los que saben más,
a los que dirigen mejor,
a los que “crecen”,
a los que medran,
a los que pueden.
No soporta
a alguien que se resista
a esa especie de muerte
que ellos llaman vida.
Ilustración de Michael Cheval
No necesito un hijo que me quiera,
ni que sea feliz, ni hermoso,
ni que triunfe y me sonría,
ni un hijo que me cuide,
me proteja, me tutele.
Necesito, simplemente,
un hijo que me sobreviva
y al que poder amar hasta el final.
Si me faltara,
¿qué haría yo con tanto amor
como me crece para él
cada mañana?
ni que sea feliz, ni hermoso,
ni que triunfe y me sonría,
ni un hijo que me cuide,
me proteja, me tutele.
Necesito, simplemente,
un hijo que me sobreviva
y al que poder amar hasta el final.
Si me faltara,
¿qué haría yo con tanto amor
como me crece para él
cada mañana?
Ilustración de Evelina Oliveira
que arrimo el ascua
a la sardina del que nunca pesca
y que salgo a la calle
con un libro de poemas en la mano
por si se hace de noche,
por si levanta el cierzo,
por si se pone a tiro el tirano de turno
y tengo que hacerme ver
(yo, la invisible),
me ando preguntando últimamente
quién dice ser el dueño
de esta barraca en la que nos subieron
porque quiero que sepa
que tengo libre acceso a una voluntad libertaria
y a una idea fatal:
la de que aquí cabemos todos.
Ilustración de Christian Schloe
Cansada de vigilar la máscara, la mujer
se sienta al final del día frente al espejo.
Una a una va quitando las arrugas,
las líneas amargas que cercan la boca,
eleva los párpados, limpia con un paño,
húmedo las canas, levanta los pechos,
sacude del cuerpo los kilos de más.
Luego se acuesta en la cama, a llorar.
Se pregunta por qué no viene a acunarla
su madre. Es tan joven, está tan desnuda
y tiene tanto, tanto frío.
se sienta al final del día frente al espejo.
Una a una va quitando las arrugas,
las líneas amargas que cercan la boca,
eleva los párpados, limpia con un paño,
húmedo las canas, levanta los pechos,
sacude del cuerpo los kilos de más.
Luego se acuesta en la cama, a llorar.
Se pregunta por qué no viene a acunarla
su madre. Es tan joven, está tan desnuda
y tiene tanto, tanto frío.
Ilustración de Louis Treserras
Mi abuelo no salió de su pueblo.
El pueblo tenía cuatro casas,
cuatro calles, cuatro caminos,
cuatro vecinos, cuatro perros.
No había en él ni obispos, ni ministros,
ni putas, ni altos cargos,
no había empresas, ni banca, ni iglesia había.
En realidad no salió nunca de su molino.
Ya es casualidad que por aquel lugar,
remoto y olvidado,
acertara a pasar la vida.
Mi abuelo hablaba poco, pero sabía mucho,
todo lo aprendió mirando la muela
que, implacable, con el mismo eterno movimiento,
machacaba siempre el grano, hasta hacerlo polvo.
El pueblo tenía cuatro casas,
cuatro calles, cuatro caminos,
cuatro vecinos, cuatro perros.
No había en él ni obispos, ni ministros,
ni putas, ni altos cargos,
no había empresas, ni banca, ni iglesia había.
En realidad no salió nunca de su molino.
Ya es casualidad que por aquel lugar,
remoto y olvidado,
acertara a pasar la vida.
Mi abuelo hablaba poco, pero sabía mucho,
todo lo aprendió mirando la muela
que, implacable, con el mismo eterno movimiento,
machacaba siempre el grano, hasta hacerlo polvo.
Ilustración: Brueghel, “molino de viento” (1607)
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