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03/12/18

Pan de calidad

Interesante reflexión a que nos ofrece Raúl Vacas no seu Facebook sobre a poesía:


(Al hilo de la eterna discusión sobre qué es y qué no es poesía y sobre el tipo de poesía que se está ofreciendo a niños, jóvenes y adultos)

Imaginemos, por un momento, que la poesía es pan. Qué hermoso sería sentarse a compartir el poema a diferentes horas del día, entregarlo al otro como una ofrenda, ir a buscarlo recién hecho a la tahona, sentir que una comida o una cena no son iguales si falta el pan en la mesa.
Todo el mundo puede hacer pan. Eso está claro. Basta con tener una panificadora o un horno y algunas herramientas sencillas. Habrá quien lo amase a máquina o quien lo haga como se hizo siempre, a mano, golpeándolo contra la mesa de madera al compás de unas panaderas. “Aunque púgil combato, domo trigo” señala Miguel Hernández en uno de sus poemas de “Perito en lunas”.
Para hacer pan hay que tener masa madre, ese extraño alienígena que vive en la nevera y que cuando nos vamos de vacaciones entregamos a un vecino como una planta delicada o una mascota que hay que cuidar durante nuestra ausencia. Pero también hay que tener harina y levadura, entre otros ingredientes. ¿Serán la inspiración y ritmo la harina y levadura de la poesía?
Hasta aquí todo perfecto. Pero, ¿qué ocurre si queremos comercializar ese pan en lugar de ofrecerlo desinteresadamente a familiares y amigos? Habrá quien piense en el cliente y le ofrezca un producto de calidad, mimado como si fuera para consumo propio. Habrá quien se conforme con hacerlo sin otra exigencia que entregarlo como quede y habrá incluso inexpertos panaderos que te den gato por pan. Al fin y al cabo el pan tiene tantas caras que hasta lo que no es pan podría serlo con ponerle el nombre: de molde, dulce, integral, tostado, con forma de picos o hasta rallado.
Hay tantos tipos de pan como consumidores posibles. A algunos les gusta el pan de pueblo, con su aroma a octosílabo y rima consonante. Pero los hay que prefieren la estilizada baguette con su sabor a endecasílabo blanco, o el sencillo colón con regusto a pareado o la genuina fabiola amasada con versos libres.
Hay pan de trigo, de centeno, de maíz, de espelta o germinado. Y hay pan candeal, el padre de todos los panes. Pero nos pueden gustar todos. De Valente a Benedetti hay mucho pan.
En España contamos con humildes panaderos que hacen panes, en su panadería de pueblo o en su hogar, que podrían venderse como artículos de primera calidad en Mercadona o cualquier otra superficie comercial. Pero esos panaderos prefieren entregarlo con amor a sus parroquianos que saben de él y lo reclaman a diario. Se niegan a exportarlo o incluirlo en redes comerciales más amplias. Para qué. Hay, en cambio, panaderos que venden pan congelado que han producido en grandes cantidades y clientes que se conforman con ese pan, ya sea por rutina o por no atreverse a cuestionar al panadero de toda la vida. Y hay panaderos que despachan incluso el pan poco cocido o casi crudo. Son malos panaderos que deberían haber elegido otra profesión. Pensemos de nuevo en la poesía. ¿Cómo es el poema que nos gusta?
Yo procuro elaborar y ofrecer mi mejor pan , como procuro también elegir la mejor calidad de pan a mi alcance. Porque respeto el producto bien hecho y a quien lo manufactura. Porque valoro la profesionalidad del oficio.
Por eso no comprendo que se ofrezca pan de baja calidad a muchos niños y jóvenes cuando podríamos ofrecerle un producto mejor. Si de ellos dependiera, en muchos casos, comerían hamburguesas a diario, con su pan de hamburguesa.
Hay empresas, incluso, que aprovechan la demanda de pan para ofrecerlo en grandes cantidades pero con el único interés de la venta. Qué más da la calidad si se vende, parecen pensar. El caso es hacer caja. ¿Está en consonancia en este caso el número de ventas con la calidad del producto? No. Responde a modas, oportunismos y gustos impuestos por el mercado.
Y hay quien incluso pretende vender un pan convencional y poco hecho a los celíacos, cuya exigencia es diferente. Un niño puede comer el mismo pan que un adulto pero lo disfruta más si es un pan diferente, pensado para él. Como aquellos hornazos que las madres encargaban a los panaderos para sus hijos, con el nombre de cada uno de ellos horneado en la tapa y con el relleno elegido por los propios niños.
Pues eso. Cambiemos la palabra “pan” por la palabra “poema” y que cada cual valore y piense qué tipo de pan quiere y cómo lo quiere, si hecho en el microondas, en panificadora, en horno industrial o en horno de leña. Hay gustos para todos.
Pero ojo, si al olerlo y al probarlo no nos dice nada, podemos señalar que no nos gusta o que es malo y podremos, incluso, hacérselo saber al panadero, a la empresa para la que trabaja sin que por ello nos creamos el Dios Pan. Y hasta podemos cambiar de panadería o elegir no comprarlo. ¿O es que porque se llame pan ya significa que vaya a ser bueno o que incluso lo sea?
A mí me gusta el buen pan. Y en invierno, unas buenas pantuflas.

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