Carta en castelán de Xosé Luís Barreiro na Voz, hoxe:
Yo no tengo hijos en edad escolar, razón por la que al Gobierno gallego no le importa nada lo que yo pueda opinar sobre el uso y el estatus de la lengua gallega en nuestro sistema público de enseñanza. Y ese es el gran error de Feijoo, que en vez de asumir que Galicia tiene una lengua propia, y gobernar ese patrimonio con todas las consecuencias, ha reducido el hecho lingüístico a una cuestión instrumental -de utilidad, de preferencias, de «cosa chachi, o sea tú»- en la que nunca podremos entendernos.
El gallego no es solo, ni siquiera principalmente, un problema de la enseñanza. Es una cuestión de país. Y, ya que es evidente que la enseñanza es el único recurso que nos queda para no entrar en la etapa de su decadencia definitiva, no podemos eximir a los escolares del esfuerzo que todos necesitamos para que el gallego se mantenga vivo en medio de un proceso globalizador que amenaza con arrasar todas las diferencias. El problema no consiste en preguntarles a los papás de nuestros niños, o a los propios niños, si les mola o no les mola el gallego, sino en darles cuenta de su obligación de esforzarse para que su más importante patrimonio no entre en crisis en el espacio de una sola generación. Y sobre eso tenemos que hablar todos, ya que todos somos gallegos y todos pagamos la enseñanza.
¿Qué pasaría si el urbanismo lo gobernasen los propietarios? ¿Cuánta gente estaría a favor de invertir en el patrimonio artístico o natural lo que podríamos ahorrarnos en impuestos? ¿Por qué los que planifican la enseñanza pueden decidir todo sobre la Historia o las Matemáticas y nada sobre la capacidad educativa de los vehículos del conocimiento? El problema de la desafortunada encuesta en la que estamos empantanados no es que tenga varias lecturas, o que sea discriminatoria en su universo, o que haya sido despreciada por la mitad de los pocos que podían contestarla, o que carezca de credibilidad científica y política, o que trace un panorama ya de sobra conocido, o que sea posterior a la electoralista decisión de modificar el modelo, o que haya suscitado un principio de enseñanza a la carta que la Xunta no podrá satisfacer. El problema es que reduce el hecho lingüístico a un juego de opciones y utilidades que lo relativizan, y que, una vez dado ese paso, ya no importa nada lo que disponga el próximo decreto.
Por eso quiero dejar claro que mi oposición al nuevo modelo no vendrá de que le otorgue al gallego una hora -o una troncal- más o menos, sino de la desgracia que supone haber pasado el gallego, de realidad esencial y nutricia para todos, a una cuestión relativa para los niños y al albur de los papás. Porque el mal ya está hecho, y es, en muchos aspectos, irreversible.
Yo no tengo hijos en edad escolar, razón por la que al Gobierno gallego no le importa nada lo que yo pueda opinar sobre el uso y el estatus de la lengua gallega en nuestro sistema público de enseñanza. Y ese es el gran error de Feijoo, que en vez de asumir que Galicia tiene una lengua propia, y gobernar ese patrimonio con todas las consecuencias, ha reducido el hecho lingüístico a una cuestión instrumental -de utilidad, de preferencias, de «cosa chachi, o sea tú»- en la que nunca podremos entendernos.
El gallego no es solo, ni siquiera principalmente, un problema de la enseñanza. Es una cuestión de país. Y, ya que es evidente que la enseñanza es el único recurso que nos queda para no entrar en la etapa de su decadencia definitiva, no podemos eximir a los escolares del esfuerzo que todos necesitamos para que el gallego se mantenga vivo en medio de un proceso globalizador que amenaza con arrasar todas las diferencias. El problema no consiste en preguntarles a los papás de nuestros niños, o a los propios niños, si les mola o no les mola el gallego, sino en darles cuenta de su obligación de esforzarse para que su más importante patrimonio no entre en crisis en el espacio de una sola generación. Y sobre eso tenemos que hablar todos, ya que todos somos gallegos y todos pagamos la enseñanza.
¿Qué pasaría si el urbanismo lo gobernasen los propietarios? ¿Cuánta gente estaría a favor de invertir en el patrimonio artístico o natural lo que podríamos ahorrarnos en impuestos? ¿Por qué los que planifican la enseñanza pueden decidir todo sobre la Historia o las Matemáticas y nada sobre la capacidad educativa de los vehículos del conocimiento? El problema de la desafortunada encuesta en la que estamos empantanados no es que tenga varias lecturas, o que sea discriminatoria en su universo, o que haya sido despreciada por la mitad de los pocos que podían contestarla, o que carezca de credibilidad científica y política, o que trace un panorama ya de sobra conocido, o que sea posterior a la electoralista decisión de modificar el modelo, o que haya suscitado un principio de enseñanza a la carta que la Xunta no podrá satisfacer. El problema es que reduce el hecho lingüístico a un juego de opciones y utilidades que lo relativizan, y que, una vez dado ese paso, ya no importa nada lo que disponga el próximo decreto.
Por eso quiero dejar claro que mi oposición al nuevo modelo no vendrá de que le otorgue al gallego una hora -o una troncal- más o menos, sino de la desgracia que supone haber pasado el gallego, de realidad esencial y nutricia para todos, a una cuestión relativa para los niños y al albur de los papás. Porque el mal ya está hecho, y es, en muchos aspectos, irreversible.
1 comentario:
Pois xa está. Que mágoa que non teñamos a este home liderando unha opción de centro nacionalista e moderada!!
Teriamos un país absolutamente distinto ao que temos.
Toma nota do que che están a dicir, demagogo-cretino, serás recordado como aquel presidente nefasto que quixo arrasar coa cultura que o viu nacer.
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