Vista cansada é o título do poemario de
Luis García Montero editado na preciosa edición da Colección "Palabra de Honor" da editorial Visor, ao igual que
Nada grave de
Ángel González, do que xa vos falei.
Segundo o autor, realiza unha "apuesta optimista fronte ás inxustizas que se perpetúan". O autor mira o pasado
con conciencia crítica, xa que ao pasar os anos un cansa de ver cousas, mesmo as cousas parecen cansas de si mesm as. Ademais de mirar o pasado, de falar de amor, de matrimonio, de desamor, dos seus fillos, fala tamén das súas dúbidas, do cansazo e de pesadelos.
Memoria de la felicidad:
No es injusta la vida
por estar condenada a cambiarte despacio
como yo te desnudo.
Si no fuese una pobre amistad temblorosa,
un íntimo abordaje,
el tiempo debería permanecer callado
y detrás de la puerta,
para guardar así
la verdad de tu piel y la luz de la tarde.
Desde el jardín, a voces,
los amigos nos piden que bajemos.
Quieren ir hasta el pueblo por la playa.
A las olas que llegan
no les faltan misterios que poner a tus pies,
ni arena que borrar entre tus pasos.
Mi libertad, que todo lo padece
y navega entre dudas posesivas,
al verte caminar va comprendiendo
que si tú te quedases
así, tal como eres,
salvada de las horas,
con tu cabello negro, y con tus ojos,
y con la fe de la madera limpia
que flota en tu mirada,
yo me iría alejando de ti,
cada vez más hundido,
como una luz se aleja por el mar
de una verdad robada por el tiempo.
La vida no es injusta,
aunque esté condenada a cambiarte despacio
como yo te desnudo.
Vente conmigo al frío del invierno.
Deja que todo pase
como pasa una mano por la piel,
como corre la lluvia
por el cristal de un dormitorio.
Allí se puede ser feliz. Incluso
volveremos un día,
descalzos y abrazados en la niebla,
a caminar por esta playa
cuando seamos viento.
Na páxina 83 ten un poema titulado "
El profesor" que os que compartimos profesión deberiamos ler!
No sé viajar sin ti:
Deshice la maleta. Fue saliendo
doblada una ciudad con voz de lluvia.
De las perchas colgaron
los cielos rotos y la luz sumisa.
Ordené las preguntas
en la parte derecha del cajón
y a la izquierda dispuse un restaurante,
una mesa sin hambre y sin rumor de sábanas
para cenar cansado de estar solo.
Luego bajé a la calle.
En la esquina arrugada de una chaqueta negra
me detuve a mirar
la luna de las ropas interiores.
Dolía el pasaporte en el bolsillo
igual que los extraños y las tiendas cerradas.
Quise llamar un taxi. No levanté la mano.
Se paró junto a mí la desventura
de una ciudad vacía.
A media noche estaba a medio ser
en medio de la nada.
No sé viajar sin ti,
ni contarte las cosas por teléfono.